Por: Natalia Manso Álvarez, profesora de Pacífico Business School
“No aprendo nada”, “no tengo señal”, “estoy harto de la pantalla” o “no quiero prender la cámara”, son frases que nuestros niños repiten una y otra vez, hartos de treparse a los cerros buscando una señal o, en el caso de los más afortunados, cansados de ver a sus profesores en un cuadradito que ya no les genera la más mínima emoción.
Según el estudio “Actuemos ya para proteger el capital humano de nuestros niños”, recientemente publicado por el Banco Mundial, tras 13 meses de cierre de escuelas en América Latina, el 77% de los estudiantes de primeros años de secundaria no eran capaces de entender un texto mediano. Antes de la pandemia, este indicador era 55%. Uno de sus autores, califica la situación como “la peor crisis de educación en la historia de la región” e insta a realizar una “efectiva reapertura que requiere decisiones administrativas y pedagógicas, como cerrar las brechas digitales para promover cambios que ya eran necesarios antes de la pandemia”.
Todos los impactos sociales de la pandemia se han distribuido de manera desigual. La educación no es una excepción. El cierre de escuelas en Latinoamérica ha ampliado la ya marcada brecha socioeconómica de rendimiento escolar en un 12%, o un cuarto de año de escolaridad, estimación que significa que los estudiantes del primer ciclo de secundaria en el quintil superior de ingresos tengan, en promedio, casi tres años de escolaridad más que sus compañeros del quintil inferior.
Para los concentrados en la economía, el retroceso supone una pérdida en capital humano y productividad que se traducirá en una merma de ingresos futuros de hasta US$ 1,700 millones, equivalentes al 10% del total de la región.
De hecho, la pandemia podría incrementar en el Perú la proporción de Ninis -jóvenes entre 18 y 23 que ni trabajan ni estudian- en un 51%. Además, las familias han migrado a sus hijos de la escuela privada a la pública, lo que ha estresado los exiguos presupuestos de educación. En el Perú, el Minedu ha calculado que una reapertura segura de tan solo el 35% de las escuelas requeriría US$ 180 millones para, entre otras actividades, dar acceso a Internet y mejorar la infraestructura escolar.
La vacunación de los maestros y adolescentes debe ser una prioridad absoluta para el gobierno entrante, acompañada de los recursos tecnológicos, la capacitación y las medidas de bioseguridad que merecen, para que puedan rescatar a nuestros niños de este abismo al que se están viendo abocados. Un país que cuida y empodera a sus maestros, es un país con futuro. Unos niños que recuperan la esperanza de retornar a sus aulas, a sus amigos y sus travesuras, conformarán una nación con ilusión y ansias de recuperar el terreno perdido.
Fuente: Gestión