Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Mirando la región podríamos afirmar que el temido hartazgo social del que pocos sociólogos daban crédito ha salido de sus escondites de sobrevivencia de los tiempos de los regímenes dictatoriales que tuvimos en los años 60 y 70 -Anastasio Somoza (Nicaragua), Alfredo Stroessner (Paraguay), Rafael Videla y Eduardo Viola (Argentina), Augusto Pinochet (Chile), Juan María Bordebarry (Uruguay), Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez (Perú), Hugo Banzer (Bolivia)-, en que muy pocos osaban siquiera proferir una idea articulada de desacuerdo con el establishment, porque la brutal represión lo reducía de modo inmisericorde.
Hoy, por los beneplácitos de la democracia, todo es al revés. Las calles han sido ganadas por estudiantes, trabajadores, amas de casa, y entre ellos yacen camuflados los anarquistas, desadaptados y antisistema, que buscan a cualquier precio el colapso del Estado y de sus instituciones.
Es verdad que la reacción social está notoriamente excitada por la penetración del desarrollo de las tecnologías y de las redes sociales al facilitar un rapidísimo ejercicio informativo y de comparación, que ha terminado creando las condiciones para que el referido hartazgo se traduzca en una verdadera bomba de tiempo.
La corrupción de la clase política gobernante en nuestros países -se hallan encarcelados o aún prófugos- ha removido las entrañas y el alma de la gente, que ya no está dispuesta a asumir el activo de ajustes fiscales como en Ecuador, Chile o Colombia, o a aceptar a tiranos de la voluntad popular que desprecian la democracia como en Bolivia o Nicaragua, o una penosa combinación de ambos problemas, como pasa dramáticamente en Venezuela.
No se trata de ninguna primavera sudamericana porque no se ha producido ningún renacer de nada, como tampoco es que quieran tener lo que otros sí, como pasó con las juventudes árabes que se miraron al espejo comparándose con sus coetáneos de otras partes del mundo y externalizaron sus frustraciones por no contar con internet, celulares, democracia, etc.
En una región donde los recursos sobran, la gente quiere redistribución de la riqueza, lo que las derechas ni las izquierdas han logrado.
Finalmente, cuidado con los radicalismos que buscan capitalizar la desilusión ciudadana.