La primera gran crisis del gobierno que nació de una más grande –la asunción y caída de Manuel Merino tras haber vacado a Martín Vizcarra-, empezó con una temeridad. El flamante ministro del Interior, Rubén Vargas, decidió nombrar al general César Cervantes como comandante general de la Policía Nacional del Perú (PNP). Para eso, tuvo que pasar a retiro a 18 generales, pues así de rígido es el escalafón y la normativa de ascensos policiales. Francisco Sagasti hizo suya la decisión y la anunció en un mensaje a la nación el 23 de noviembre (había asumido el mando apenas 6 días atrás, el 17).
Las reacciones fueron airadas. La oposición, varios exministros del Interior de distintas tendencias y expolicías pusieron el grito en el cielo. Para remate, empezó a escalar la protesta de los trabajadores de la agroindustria en distintos puntos de la costa. El combo de conflictos sociales y policías descontentos es explosivo. La crisis se hizo insostenible y el 2 de diciembre renunció Vargas. El primer remedio que se administró estaba con fecha de caducidad: el nuevo ministro, el general Cluber Aliaga, tuvo declaraciones amargas contra el gobierno y renunció a los pocos días. Recién la crisis empezó a amainar cuando Sagasti fichó el 7 de diciembre en el Mininter a su entonces secretario general de la presidencia, José Élice.
Presidente Sagasti presentaba a su flamante ministro del Interior, Cluber Aliaga (Luis Iparraguirre/)
El presidente sobrevivió a su primera y muy temprana crisis sin ganas de cometer otra temeridad que le costara la cabeza de otro ministro. Tuvo que ceder pero no del todo, pues Cervantes sigue hasta hoy al mando de la PNP. A los que quisieron pintarlo quijotesco y diletante, evocando, para ello, su quiebre emocional cuando recitó a Vallejo en su juramentación del 17 de noviembre, les había replicado mirando a la cámara en una entrevista con cuatro conductoras de programas dominicales el 29 de noviembre: “No me tiembla la mano ni cuando escribo, ni cuando acaricio, ni cuando golpeo”. Fue un arduo pulseo.
Made in China
La población veía con envidia la llegada de los primeros lotes de vacunas a otros países de la región. Y recibía con pica las revelaciones de que no se había firmado un contrato con la vacuna estrella, Pfizer, porque las autoridades le encontraron cláusulas leoninas. El gobierno llevaba varias negociaciones a la vez para poder cerrar la primera que asegurara un lote próximo. Y sucedió con Sinopharm, el laboratorio chino que llevaba el ambicioso ensayo de su fase 3 en Perú.
Francisco Sagasti recibió la primera dosis de la vacuna de Sinopharm el 9 de febrero en el Hospital Militar. (Foto: Presidencia)
El 6 de enero en mensaje a la nación, Sagasti anunció que el gobierno había firmado un acuerdo para la compra de 38 millones de dosis de Sinopharm y 10 millones de AstraZeneca. Y aseguró que el primer millón chino llegaría antes del fin de ese mes. Fue un halo de esperanza ante el temor de afrontar el pico de la segunda ola sin defensas (En realidad, eso sucedió, pues el primer millón llegó en dos partes, entre el 7 y el 13 de febrero y las primeras semanas el ritmo de vacunación fue bastante lento).
Además de las vacunas, llegó el escándalo. Carlos Paredes, al presentar los avances de su libro “El perfil del Lagarto” (Planeta, 2020) sobre Martín Vizcarra, reveló que este y su esposa se habían vacunado en secreto por obra de Sinopharm. El revuelo no afectaba al gobierno de Sagasti sino al pasado, hasta que empezó a rodar la madeja y nos enteramos de que funcionarios de salud y de cancillería involucrados en la negociación también recibieron el pinchazo de cortesía. Algunos hasta habían vacunado a sus parejas e hijos. El pico del escándalo ocurrió cuando nos enteramos que la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, y la canciller Elizabeth Astete, también se habían vacunado. Pero ese es un trance aparte.
Que no me lo dijo
Cuando la PCM tuvo en sus manos la lista de todos los vacunados de cortesía, proporcionada por los responsables del ensayo de Sinopharm en la Universad Cayetano Heredia, hubo dos sorpresas ministeriales, como ya adelantamos, especialmente amargas. Mazzetti renunció el 13 de febrero con una discreta carta e hizo mutis. Astete no fue del mismo parecer. Su carta de renuncia no fue explosiva, pero su defensa sí lo fue. El 11 de marzo, el programa de Milagros Leiva en Willax TV, reveló que, el descargo que esta había enviado a la Sub Comisión de Acusaciones Constitucionales, que le abrió un proceso para inhabilitarla, incluía esta bomba: “Mi aceptación al ofrecimiento [de la vacuna] se dio con el visto bueno del presidente”.
La ex canciller Elizabeth Astete insistió en que informó a Sagasti de que se iba a vacunar. Aquí, ante la Sub Comisión de Acusaciones Constitucionales junto a Martín Vizcarra, acusado por el mismo caso. (Foto: Congreso).
Horas antes de que el programa hiciera la revelación, la presidencia difundió un comunicado asegurando que Sagasti no había sido informado por Astete. Al día siguiente, Mazzetti, a quien Astete ponía de testigo, se alineó con la versión del presidente. Por otro lado, enterarnos de que el abogado de la ex canciller, Juan Peña Flores, también lo había sido del ex fiscal de la nación, Pedro Chávarry, hacía pensar que su defensa buscaba rebote y ganancia política en una comisión nada amigable con el oficialismo. En términos estrictamente abogadiles, esa estrategia tuvo éxito: A Vizcarra lo inhabilitaron para ejercer cargos públicos por 10 años, a Mazzetti por 8 y a Astete tan solo por un año.
La ‘traición’ de Astete se convirtió en tema obligado en varias entrevistas al presidente. Al ser preguntado por ello, este cambia de semblante, pero no para mostrar su pica, sino para negarla (o disimularla), con los infalibles argumentos de qué es mejor pasar la página sin rencor, que cada uno es dueño de sus decisiones o que hay que seguir para adelante con los temas que realmente importan. Pero cierta turbación en sus respuestas, delata que el caso es para Sagasti una enojosa demostración de un gobierno siempre tiene flancos débiles y vulnerables para golpear, por más la cabeza repita que no tiene nada que temer.
La hora Pfizer
El escándalo de Sinopharm tuvo una secuela de cuidado cuando el 5 de marzo el programa de Beto Ortiz difundió un informe preliminar del ensayo llevado en Perú. La lectura que hizo, invitado para ello, el biólogo Ernesto Bustamante, fue errónea y le adjudicó muchísima menos eficacia que la que realmente tenía. Ello, sumado a los escándalos previos, fue muy mala publicidad para la vacuna. Aunque el presidente y sus ministros asociados al tema minimizan las diferencias respecto a los porcentajes de efectividad de cada marca; es muy probable que los escándalos y campañas contra Sinopharm, reforzaran el afán de cerrar el contrato con Pfizer. Y así fue.
A las vacunas se las recibe como a los mandatarios, al pie del avión. Sagasti presente en uno de los varios arribos de lotes de Pfizer.
El 2 de marzo, Sagasti anunció que llegaba el primer lote de 50 mil vacunas de Pfizer. No era mucho, pero los lotes fueron creciendo, con puntualidad en las entregas, hasta convertirse en la vacuna masiva del Perú, que ha permitido acelerar el proceso de inmunización en las últimas semanas. Por cierto, tras la angustiosa postergación por unos días de la llegada del primer lote de Sinopharm, Sagasti decidió hacer los anuncios solo cuando había la certeza de que los vuelos hubieran despegado. El miedo a comunicar mal y crear falsas expectativas, ha acompañado al gobierno de transición.
El 13 de enero, Sagasti había protagonizado una conferencia de prensa, conducida por él mismo, que resultó caótica y confusa. Quiso explicar laboriosamente la creación de un sistema de semáforo para establecer medidas focalizados de acuerdo a determinados indicadores de la pandemia; cuando lo que la población pedía era información precisa sobre las restricciones que la afectan. Fue un ‘desastre’, como él mismo lo llamó en una declaración posterior. A partir de allí, las siguientes conferencias solo las dieron la primera ministra Violeta Bermúdez y los ministros mejor capacitados para la vocería. El presidente se reservó para el formato privilegiado del mensaje a la nación, corto y contundente.
La campaña electoral obligó al gobierno a la neutralidad y desplazó el foco de atención del gobierno hacia los candidatos. Ellos protagonizaron y provocaron los trances políticos que en otras coyunturas tenían por estrellas al Ejecutivo y al Congreso. Sin embargo, el 5 de mayo, en plena segunda vuelta, Sagasti hizo una excepción y lanzó un mensaje a la nación para anunciar la firma de un nuevo contrato con Pfizer por 12 millones de dosis, totalizando 60 millones entre todas las vacunas comprometidas. Keiko Fujimori, en una de sus declaraciones en giras de campaña, felicitó el anuncio.
El 21 de mayo hubo otro mensaje de Sagasti a la nación, menos corto, tomando como motivo el rendimiento de cuentas de sus 6 meses en el cargo. Ahí volvió a destacar la suma de 60 millones de dosis y anunció la firma del contrato con el gobierno de Francia para la ejecución de la nueva autopista central. Las vacunas han animado el show de la comunicación presidencial y han aliviado todos los trances, incluso los que crearon en los primeros meses del gobierno.
En neutro no funciona
La polarizada segunda vuelta permitió que el gobierno trabajara con mayor tranquilidad que la de sus primeros meses. Sagasti no tenía mucho que aclarar, pues la polémica estaba en la cancha electoral; ni podía celebrar mucho pues, como ya vimos, eso comprometía la neutralidad. Empezó, por lo tanto, a prever en la transferencia hasta que, 3 días después de los resultados del 6 de junio (plazo límite para presentar recursos de nulidad), Fuerza Popular decidió judicializar los resultados.
Mario Vargas Llosa negó la versión de haber sido presionado por Sagasti para que convenza a Keiko Fujimori de desistir; pero luego, dijo que el presidente había tomado por Castillo.
Lo que siguió fue angustiante para todos y el gobierno tenía que mantener su neutralidad a la vez que cuidar que la tensión no escalara a niveles de cuidado. En ese afán, Sagasti decidió llamar a Mario Vargas Llosa para pedirle que colaborara con hacer un llamado a la calma. Dado que MVLL respaldaba a Keiko, se difundió, también en el programa de Ortiz, la versión de que el presidente le pedía al escritor que convenciera a la candidata de aceptar los resultados. Tanto Sagasti como Vargas Llosa han rechazado esa versión; y la neutralidad que se le exigía al presidente terminó siendo su mejor escudo cuando el 28 de junio, Keiko Fujimori le envió una carta pidiéndole que reclame una auditoría electoral a la OEA.
El diferendo electoral que ha durado más de un mes ha sido un trance más duro para Fujimori y el propio Castillo que para Sagasti. Pero también fue un trance para él, del que ha salido con un ‘road show’ de entrevistas que ha incluido la cabina de Los Chistosos. La transferencia de los problemas y de algunos esbozos de solución al equipo de Pedro Castillo será tan apurada que el balance del gobierno de transición y emergencia de Sagasti tomará un tiempo extra.
Fuente: El Comercio